martes, septiembre 19, 2006

Lisboa ida y vuelta

A Martín le gusta viajar de noche, dice que de esa forma ahorra hotel y gana tiempo.

Partimos de Madrid a las 11 de la noche. El bus se demora 6 horas a Lisboa, pero como no lleva baño, servicio de bebidas ni nada que se le parezca, hace alrededor de cuatro paradas en el trayecto y termina demorándose como 8. Entonces, cuando por fin estas logrando conciliar el sueño, las luces se encienden y el chofer anuncia que vamos a parar una vez más.

Los asientos son de cuerina y por muy ergonómicos que parezcan te resbalas cada vez que tratas de acomodarte. Al cabo de un rato tengo un dolor en la parte baja de la espalda casi como si el asiento estuviese adherido a mi.

El bus lleva el aire acondicionado al máximo. Martín me pasa su chaqueta para taparme, dice que no tiene frío. Después de un rato me doy cuenta que está congelado y se la devuelvo. Decido tomar un diario, que han dejado de cortesía y me cubro con la "frazada del pobre", tratando de que no se me desarme y me cubra lo mejor que se pueda. Después nos reiríamos de esta escena mientras recorríamos Sintra.

Llegamos a Lisboa con el cuerpo apaleado. Le digo a Martin que ni ca' volvería a viajar de noche y que me quedaría por lo tanto un día más en la ciudad. Después de probar nuestros primeros pasteles de nata llegamos a la pensión. Era bastante temprano y en el trayecto pudimos ver como la ciudad se despertaba.

Me puse a dormir un rato. Martín se fue al Museo del Fado, palearía el sueño con café, dijo. Cuando nos juntamos al medio día en la Plaza del Comercio, ya llevaba cuatro.
La plaza le recordaba al muelle Pratt y encontraba que Lisboa se parecía a Valparaíso. Yo ya había escuchado el comentario antes pero hasta ese momento, además de las colinas y los tranvías, lo único que me recordaba a Valpo era la mugre y el olor a meados de algunas calles.

Fuimos caminando por Alfama hasta el castillo de Sao Jorge que domina buena parte de la ciudad. Hacía mucho calor, un calor húmedo. La luz del sol era blanca y lo quemaba todo. Me recordaba un poco a Santiago en un día de bruma.
Comenzamos a bajar y fuimos comiendo cositas por el trayecto. Portugal es como el hermano pobre de Europa, se suben mendigos hasta en el metro. Supongo que por eso Martín se siente tan a gusto en Lisboa. Portugal comparte la imperfección de los países latinos.

Tomamos un tranvía súper moderno hasta Belém. Al llegar compramos los famosos y muy ricos pasteles de Belém.
Entro al Monasterio dos Jerónimos y de pronto es como si todo lo bello que había visto hasta ese momento fuese reemplazado por una belleza mucho más clara. Un lugar realmente hermoso. De un estilo netamente portugués; el manuelino, que se parece mucho al churubusco mexicano. En el patio interior están los restos de Pessoa. Pienso que es el lugar perfecto para leer poesía un domingo por la tarde.

Recorremos un poco más sintiendo la brisa marina que refresca. A lo lejos un puente emula el Golden Gate y un Cristo en forma de cruz es la copia del Cristo Rey de Río de Janeiro. Son divertidos estos portugueses.

Volvemos al Barrio Alto donde está nuestra pensión y luego volvemos a salir para escuchar Fado. El Fado se parece a una tonada pero con mucho más sentimiento. Las voces son melancólicas y acarameladas, es muy bonito de escuchar. Es un poco como oír tangos en finlandés, que no entiendes nada pero te tocan.
Tomamos un vino portugués muy raro, dulce y espumoso. Conversamos de cosas que sólo incumben a Martín y a mi una noche de verano en Lisboa.

Al día siguiente partimos a Sintra, que queda a unos 40 minutos en tren. La ciudad me fascina desde el primer momento. Está en la sierra, rodeada de bosques, el aire es fresco y limpio. Todo es mucho más limpio.
Subimos al Palacio da Pena. El camino es largo pero sombrío. Los árboles cuelgan a los costados y Martín me dice que le gusta cuando las raíces sobresalen por que se siente como caminando dentro de la tierra. Al llegar, nos encontramos con un castillo encantado, lleno de colores y formas extrañas. Nos reímos por que de repente somos como niños que han encontrado la tierra de la fantasía. El castillo rompe todos los moldes arquitectónicos en una mezcla de estilos única, sorprendentemente armónica y juguetona. Los techos son bajitos y cóncavos. Los azulejos llenan todas las paredes y las salas saltan de una decoración oriental a una hindú, todo con vistas a las colinas y bosques que rodean el paisaje. A lo lejos un poco de niebla hace pensar que realmente se trata de un lugar encantado.

Al día siguiente, mientras el bus se aleja de Lisboa y atraviesa el largo y estilizado puente Vasco da Gama, pienso que me gusta dejar Portugal así, una mañana con luz de día. Tengo la sensación que algo bueno de mí se ha quedado allí en la ciudad y que algún día tendré que volver para reencontrarlo.

Escrito 7 de Septiembre 2006

viernes, septiembre 08, 2006

Entre medio Madrid

Y ahora estoy en Madrid muriéndome de calor. Ayer pensé que me desmayaba en la calle, venía como zombie de vuelta al departamento como a eso de las 5 pm. Todos los locales cerrados, entiendo lo de la siesta. ¿Quién va a salir a la calle con este pinche calor?

El primer día de vuelta lo dedique a lavar toda la ropa sucia, que no era poca. Al día siguiente, es decir, antes de ayer me fui al Centro de Arte Reina Sofia. Decidí partir por ese museo no sólo por que es gratis en la tarde los sábados sino que por que me tinco me gustaría más. Asi no más fue.
El edificio enorme, cuatro pisos de arte contemporáneo más que nada español, además de exposiciones temporales. Estuve metida allí como 4 horas. Es de esos típicos museos que después de un par de horas ya no quieres más guerra. Si viviera acá en Madrid optaría por verlo por días, o mejor por pisos, para poder disfrutarlo más. La sala que más me gustó fue la de Dalí. También disfrute con las instalaciones que siempre sorprenden y te sacan de lo típico. Al último estuve como 1 hora más en la librería del museo, entre tanto libro gráfico de repente sentí que esa era mi parte favorita.

Al día siguiente me prepare sicológicamente para el Prado. Sabía que estaba la muestra de Picasso y que probablemente habría cola para entrar. Decidí no hacer la cola, entrar por un costado y recorrer ordenadamente el museo por plantas. La diferencia esta vez fue que más que nada camine y sólo me detuve en las pinturas que en realidad me interesaban. Como no soy muy fan del arte clásico y ya en Italia había visto un montón, fui avanzando rápidamente y casi sin darme cuenta recorrí entero el museo. Lo que es interesante, más que las pinturas en sí, es descurbrir la mano del pintor e ir dandose cuenta de la diferencia entre un Rubens, un Greco o un Goya, por ejemplo.

Cuando casi me iba arrancando del museo dí con la bajada al sótano donde se encuentra una exposición de arte decorátivo muy bella, que me gustó por que es más piola y los objetos que se pueden apreciar allí, como copones, vasijas, etc, son un trabajo artesanal bastante impresionante.

Saliendo de ahí fui a almorzar. Se me ocurrió pedir tortilla de papas con morcilla, que fue el único relleno que más o menos me sonaba. Cuando llegó el plato me acordé de lo que son las morcillas, nuestras prietas (guacatelas), pero en fin me la comí igual y la pase con cerveza, por que estaba súper seca.

Volví al Prado a ver lo de Picasso y luego de vuelta al tren, en donde me pegue tremenda siesta no sé si por el calor, la cerveza o ambos.

Escrito lunes 4 de septiembre.

lunes, septiembre 04, 2006

Io sonno el capo de la Mafia

Vamos llegando a Venecia y mi amigo me dice que la llegada a esta ciudad es linda. Tiene toda la razón. El tren va por una especie de puente o isla, a ambos costados agua y al fondo comienzan a verse campanarios, cúpulas y techos color ocre que delinean la ciudad de Venecia.

Si en Florencia hay que partir con guía en mano para recorrerla, en Venecia basta dejarse llevar y perderse simplemente entre calles y canalas.

Llegamos a la estación y prefiero esperar por el bote-colectivo antes que caminar hasta el hotel, que de acuerdo al mapa, parece lejos. En Venecia esta todo tan bien organizado que los trayectos de los botes son como líneas de metro. Buscas en el mapa cual te sirve y te vas a esperar al muelle donde para ese barquito en específico. Es caro, eso sí, ya desde el transporte te das cuenta más o menos como van a andar las cosas.

En Venecia es imposible entenderse con los mapas. Me costó un siglo encontrar el hotel y eso que estaba cerca del embarcadero al que llegue. Cómo sera que mi amigo Martín llegó como 10 minutos después que yo. Decidí ir a la Plaza San Marcos para tratar de ubicarme, de repente voila esta ahí frente mio la basílica.

Venecia es una ciudad netamente turística y eso como que al rato cansa un poco. Además, por lo mismo, te cobran por todo hasta para entrar a una iglesia. Pero aún así es encantadora.Nos dedicamos a caminar, a seguir puentes, a buscar la orilla del mar y llegamos a una parte que esta cerca de la Academia en donde las calles son un poco más amplias, limpias y menos saturadas. Finalmente llegamos a la orilla donde hay una peatonal y te puedes sentar a sentir la brisa por horas.

Venecia se trata de decir quiero ir para allá, a esa cupula o ha esa iglesia y de encontrar el camino cómo llegar.

Estuve en el Puente de los Suspiros, tanto adentro como afuera. Vi muchas gondolas. Subí al campanario de la Plaza San Marcos, al Palacio Ducal y al Museo de Peggy Guggenheim, entre otros.

En la noche, encontramos un lugar menos turísticos donde comer y nos hicimos fanáticos. Era una carpa que había puesto el partido comunista para celebrar o protestar por no sé que. La cuestión es que tenían comida y música en vivo. El ambiente era tan de amigos que te daban ganas de ser "compañero".

Cuando llegamos a Venecia mi amigo se acordó de la canción de Charles Aznavour y se puso a cantar. Yo en cambio no paré tararear en todo tiempo "vamos juntos hasta Italia quiero comprarme un jersey a rayas..." de los Hombres G.

domingo, septiembre 03, 2006

Firenze



La Sole, mi amiga-vecina, me dijo antes de partir de Chile que Florencia era una de las ciudades más bonitas en las que había estado, que se había enamorado de ella y que perfectamente podría vivir allí.

Puedo decir ahora, que la entiendo por completo y que en efecto es posible enamorarse de una ciudad con nombre de mujer.

Florencia en verano es bella. Es montones de gente e idiomas que invaden, sin invadir, sus calles.

Necesitas unos cuantos días para recorrer Florencia. Son tantas las galerías, palazzos e iglesias que conocerlos todos demandaría una buena cantidad de tiempo y un montón de euros. Pero sólo se necesitan un par de horas para encantarse con ella.

He dejado mis patitas en las empedradas calles de la ciudad. Hasta tuve que comprarme unas chancletas de 6 euros, en un local chino (era que no).

Del Hotel al Duomo, del Duomo a la Piazza de la Signoria, de los Ufizzi al Ponte Vecchio. Y luego al Palazzo Pitti que era uno de los pocos lugares que recordaba de cuando chica, pero que estaba cerrado esta vez por ser lunes.

Florencia es finalmente, dos desconocidos que comparten un vino y una ensalada una noche de agosto en el puente que contempla el Puente Viejo (Vecchio).

Escrito el 28 de agosto.

sábado, septiembre 02, 2006

Desodorante



Lo siento pero tengo que hacer este comentario, ¿Qué onda los europeos con el desodorante?

Madrid está lleno de inmigrantes. Probablemente sea la latina veintiun mil quienientos uno (si es que). A cada rato veo pasar inditas probablemente de Ecuador, Bolivia, México, que sé yo. Algunas de ellas van cargadas de bultos y huelen mal, es esperable.

Voy sentada en un compartimento de 6 asientos, segunda clase, de un tren italiano que me lleva de Milán a Pisa en 4 horas. Al lado y al frente mio una familia de tres. La única que no sé si usa o no desodorante es la madre, que aún no se sienta al lado mio. El padre y la hija realmente apestan. Yo ruego a que se bajen pronto (por que el tren para a cada rato) pero me temo que van a mi mismo destino.

El aire acondicionado del tren, vagón 19 y último, funciona pero casi no enfria. Al menos no lo suficiente.

Alguna vez me tocó sufrir un camión tapatio en pleno verano. Muchas veces me queje con el trayecto de poco más de una hora en el metrotren lleno y caluroso de Santiago a Rancagua.
La diferencia esta vez, es que la relación precio calidad no se compensa. Menos el hecho de ir viajando en un tren del primer mundo.

Dificilmente aquella indita del camión mexicano ni el campesino del metrotren chileno pagarían los 23 euros que he pagado yo por ir en una cocheta pasada a sobaco.
Por eso me quejo.

Escrito el 25 de Agosto, tren Milano-Pisa.

Epilogo:
Finalmente llegué por fin a Pisa donde me estaba esperando mi amiga Vero. Al llegar ya casi era amiga de la familia italiana que me miraba un poco con cara de pena, supongo, por ir viajando sola y no hablar italiano. Cuando nos bajamos del tren, me esperaron para saber con quién me iba o a dónde. Me faltó poco para dejarles mi desodorante de regalo.